A Jorge Zalamea
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La muerte entra y sale de la taberna. Pasan caballos negros y gente siniestra
La cruz. (Punto final del camino.) Se mira en la acequia. (Puntos suspensivos.)
Los días de fiesta van sobre ruedas. El tío-vivo los trae, y los lleva. Corpus azul.
La tarde equivocada se vistió de frío. Detrás de los cristales, turbios, todos los niños, ven convertirse en pájaros
¡Viva Sevilla! Llevan las sevillanas en la mantilla un letrero que dice: ¡Viva Sevilla!
Mi corazón oprimido Siente junto a la alborada El dolor de sus amores Y el sueño de las distancias. La luz de la aurora lleva
Voces de muerte sonaron cerca del Guadalquivir. Voces antiguas que cercan voz de clavel varonil. Les clavó sobre las botas
La Lola canta saetas. Los toreritos la rodean, y el barberillo
¡Oh, qué grave medita la llama del candil! Como un faquir indio mira su entraña de oro y se eclipsa soñando
De los cuatro muleros que van al campo, el de la mula torda, moreno y alto. De los cuatro muleros
Los cien enamorados duermen para siempre bajo la tierra seca. Andalucía tiene largos caminos rojos.
Yo no quiero más que una mano; una mano herida, si es posible. Yo no quiero más que una mano aunque pase mil noches sin lecho. Sería un pálido lirio de cal.
Rumor. Aunque no quede más que el rumor Aroma. Aunque no quede más que el aroma. Pero arranca de mí el recuerdo
Sábado. Puerta de jardín. Domingo. Día gris. Gris.
Juan Breva tenía cuerpo de gigante y voz de niña. Nada como su trino. Era la misma