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El andamio

Relato 1

Lo bueno de despertar temprano es que tienes tiempo para pensar, antes de comenzar con la vorágine del día a día. Ha sido tener conciencia esta mañana, notar que faltaba mucho para el amanecer y agradecer sinceramente este tiempo para poder reflexionar, calzar las piezas y buscar las herramientas adecuadas para tomar las mejores decisiones que pudiese tomar. Sin apenas recordar lo que traía de días anteriores, ya sentía que debía ir con calma y dejar flotar detenidamente a la mente, paso a paso. A eso me dispuse.

Sin querer ni moverme debajo del edredón, ajusté mi cuerpo al colchón y recordé tu risa hermosa el día en el que acordamos salir juntos para ver la última librería de la calle. Recordé los primeros tímidos intentos de besarnos y como, al final, llegamos a acariciarnos con los pulpejos primero, con los labios después, el rostro entero, el cuello... Luego todo fue recorrer los kilómetros de piel que tan pronto aprendí a conocer.

Empecé a suspirar de gusto, a deleitarme en el ensimismamiento de nuestros comienzos. A sentir lo dulce y sensible de los primeros intentos. De todo, los intentos de todo. Y comencé a reír. Ingenuidad y entusiasmo. Copas rotas, mareos y agotamientos, roces y linimentos. Que plenitud tan intensa se apodera de mi ser.

En un solo parpadeo cambió por completo el escenario. Me situé de a un respiro en mi hogar. Ha sido mi sitio por tanto tiempo que ya no logro recordar la primera vez que dormí en él. Es mi reino y está lleno de todo lo que me gusta. Todo lo que quiero explorar, construir y retener. Exploré cada rincón, como creía tener los muebles. Y entonces, comencé a dudar. ¿Estaba la estantería de roble de frente o en un lateral del estudio? El anaquel de mi madre, ¿Al final lo había cambiado de lugar? Me temo que el zapatero ya no está a la entrada, como siempre quise. Nada más práctico que llegar a casa y poder, de un solo gesto, descalzar.

¿Como puedo estar tan confuso? ¿Cómo puedo no saber cómo están dispuestos los muebles en mi casa? Ah. Ya. Se unen tornillo y tuerca y descubro lo que tenía que, por supuesto, saber desde el primer momento. Tú, en tu instalarte en casa, has estado cambiando todos y cada uno de los rincones, moviendo libros, cuadros, ropa, utensilios, herramientas. Has cambiado los colores de las paredes. Has teñido de añil intenso lo que antes era un sencillo beige.

En un segundo recordé lo que había sucedido el día de ayer. Derribé, posiblemente sin intención, tan solo al pasar, el andamio que habías colocado para el complicado trampantojo con el que ibas a decorar la pared. Un solo movimiento, ¿Quizás con mi brazo izquierdo? Todo al traste. Nada quedó en pie. Las pinturas mezcladas sobre el suelo hablaron de cómo sería la realidad para ti, para mí, para la vida que íbamos a disfrutar.

Me quito la sábana, empujo el edredón con los pies. Supongo que me tomará algún tiempo volver a dejar todo como yo lo quiero tener.

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